la paz tuya,la vida te la quita.
He escuchado por muchas amistades que, después de perseguir un logro por un largo tiempo y conseguirlo, inicia una especie de debacle, donde, como una especie de dominó, diferentes acciones de nuestra vida comienzan a volverse caóticas de nuevo. Todo esto seguido a la frase: “Ahora puedo estar en paz, lo conseguí.” Palabras clave que activan un comando de autodestrucción de la vida como la conocemos, una especie de reinicio no programado.
Mudanza a otros países en busca de estabilidad y permanencia. Obstáculos que nos desafían a diario: nuevos idiomas, adaptación, búsqueda de nuevos trabajos y un lugar donde vivir.
Una carrera de mejora de nuestras capacidades. Pero cuando cruzamos esta línea de llegada y el dulce aroma de la calma comienza a asomarse, el colapso da inicio.
Porque la vida muchas veces no parece justa. Pareciera que los sucesos se completaran para lograr sacarnos de nuestra estabilidad. La estabilidad prolongada es incompatible con la evolución, y todos necesitamos movimiento para mantenernos vivos. Ese movimiento implica ruptura. La incomodidad es el gimnasio del alma.
Acontecimientos que no tenemos en cuenta, que no sabíamos que debíamos tener en cuenta, o simplemente diferentes cosas que nos desordenan la repisa. Podemos nombrar un sinfín: enfermedades, falta de trabajo, problemas edilicios, parejas con dudas o separaciones.
Es como si todo debiera destruirse para iniciar una nueva etapa de la vida.
Una amiga me dijo una frase que se me grabó en la mente y da un poco de significado a todo esto: “La cornisa de una montaña es el inicio de la siguiente.” Pero, como todos sabemos, para unir dos cornisas debemos superar un valle. Ese valle puede tomarse como un punto bajo en nuestro existir: un punto bajo emocional, material o afectivo.
Para muchos, ir cuesta abajo es lo más fácil. Es lo más fácil en la física y en la vida cotidiana. Tenemos una fuerza a nuestro favor, pero no en el sentido emocional, ya que vemos cómo caemos y caemos. Es como hundirnos en el agua, y por más que queramos manotear para subir, siempre vamos en un solo sentido: la dirección directa, sin escala, hacia el fondo.
Lo mejor de llegar al fondo es que todo lo demás es crecimiento. Ya no podemos caer más abajo que el suelo y, por lo tanto, todo lo que nos queda es ir hacia arriba, a la cornisa de vuelta. El problema es que siempre queremos ir hacia arriba: queremos amar, ganar dinero y crecer.
En todo este crecimiento que añoramos generamos expectativas que nos hacen sufrir cuando no se cumplen. Sufrimos cuando no son como queremos y cuando no se cumplen. Una expectativa es un trato en el cual solo nosotros nos comprometimos a cumplir nuestra parte.
Y puede ser difícil entender que muchas veces lo que deseamos puede que no se cumpla, por más esfuerzo y sacrificio que hagamos. Es una estafa de la cual no podemos quejarnos a nadie; es un ente mayor quien decide esto. Llámalo Dios, universo, destino, como quieras.
Y por más que nos acerquemos a la suerte estudiando, capacitándonos y trabajando duro, puede que no se dé. Pero sí tendremos ese crecimiento para nosotros y las experiencias vividas en ese momento.
Lo bueno es que, después de todo ese sufrimiento, llegamos a un punto vértice donde empiezan a suceder solo cosas positivas. Como si el invierno se hubiera terminado y la primavera hubiera iniciado. Los colores, la magia, las hormonas y el calorcito de la vida. Empiezan los sentimientos positivos en la vida. Se van esos lentes negros que nublaban nuestra vista y aparecen esos de cotillón con bigotes, esos que le ponen un poco de humor a la vida, y como no tienen vidrio, te dejan ver las cosas como son.
Leyendo un libro de manipulación de poblaciones, me tocó una frase y sentí que explicó varias etapas de mi vida. Esta frase dice: “Nadie que esté a gusto en su posición le gustará el cambio; esto implica aceptar diferencias propias, que nuestras creencias ya no son válidas para la nueva necesidad.”
Yo la interpreté como si el yo que había construido para la etapa anterior ya no sirviera.
Y cuando un hecho nos obliga a salir a un mundo desconocido, genera diferentes emociones. El miedo, alimentado por las inseguridades y la falta de información, son claves en este proceso. Ese calor conocido, con olores familiares, ya no está. Ese sentido de vulnerabilidad, de no saber si seremos capaces de protegernos a nosotros mismos. Es como ir a la guerra con una espada de madera.
Analizando un poco todos estos procesos, todo lo que creíamos perder vuelve a nuestra vida. Pero ahora está de forma permanente, como si la fragilidad de la victoria se volviera estable. Muchas cosas que lamenté por perder, en realidad no tenían lugar en esta nueva etapa. Y las que sí tenían, hoy las tengo y permanecen estables. Volvieron por sí solas, como si todo lo que se gestó para que se fueran se volviera para que regresaran de otra forma.
Debo asumir que, si hubiera sabido que iban a volver por sí solas, no hubiera dolido tanto el proceso.
Y toda esa destrucción es como si estuviéramos en un videojuego y viéramos cómo se destruye el mapa para armar uno nuevo. Con una nueva dificultad, nuevas experiencias hermosas y nuevas personas para compartir bellos momentos.
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