KARMA




La ley de causa y efecto. Según esta primera gran ley del Karma, todo lo que sembremos, luego lo cosecharemos. Es la ley de la causalidad universal y significa que todo lo que nosotros pongamos en el universo, nos vendrá devuelto en algún momento. Por eso, si tenemos energía negativa, esa nos vendrá de vuelta… y además multiplicada por 10. Si esto lo aplicamos a nuestro día a día, se puede ver con facilidad su significado. Imagínate que tienes un amigo que te traiciona, que no ha sido leal contigo, el efecto de esos actos será alejarte de esa persona y que se encuentre solo. El que provoca sufrimiento, solo encontrará que le den de lado.


El karma negativo aparece cuando 


Dejamos de ser

Cuando nos desviamos de nuestro centro, ya sea por presiones externas, expectativas ajenas o incluso miedos internos, muchas veces sentimos que las cosas pierden su flujo natural, su autenticidad. Esto puede hacer que nuestras acciones se perciban como vacías o forzadas, y por más que lo intentemos, no logramos encontrar esa chispa de satisfacción real. 

“dejar de ser uno por agradarle al otro, es como caminar descalzo, en algun punto te vas a lastimar”

El universo parece tener una manera de recordarnos que estamos fuera de lugar, enviándonos señales o desafíos. A veces, esos "golpes" son necesarios para que tomemos conciencia de nuestra desconexión y volvamos a centrarnos.

Vivir desde nuestra esencia no solo significa hacer lo que nos gusta, sino hacer lo que está alineado con nuestro ser más profundo. En esos momentos cuando nos desviamos, la falta de interés o energía en lo que hacemos podría ser una señal de que no estamos siguiendo el camino auténtico. Cuando volvemos a nuestro lugar, las acciones fluyen más naturalmente, y es cuando podemos ofrecer lo mejor de nosotros mismos.

Es como si, de alguna forma, cada paso desviado nos enseñara algo para llevarnos más cerca de nuestro propósito.

Cuando mentimos

El karma, en este contexto, se manifiesta como el efecto inevitable de nuestras acciones. Cuando mentimos, aunque en el momento nos parezca que estamos evitando una consecuencia o protegiendo una situación, la verdad eventualmente sale a la luz. Las mentiras, por su propia naturaleza, crean una burbuja que tarde o temprano explota, dejando a quienes nos rodean con una sensación de desconfianza. Esta es una forma clara de karma: nuestras acciones tienen repercusiones, y en el caso de las mentiras, las consecuencias suelen ser la pérdida de confianza y el distanciamiento de los demás.

La incomodidad que surge de ser descubierto en una mentira no solo afecta nuestra relación con los demás, sino también nuestra relación con nosotros mismos. Nos enfrentamos a la disonancia interna, esa contradicción entre lo que decimos y lo que realmente somos. El karma de mentir, entonces, no es solo la pérdida de la confianza ajena, sino también el daño a nuestra propia integridad.

Cuando mentimos, el control que creemos tener sobre una situación es solo temporal. Lo que realmente ocurre es que estamos retrasando un proceso natural: el de la verdad. Las personas, por más que intenten disimularlo, pueden percibir la falta de autenticidad, y eso, inevitablemente, disminuye el interés y la conexión genuina. La verdadera fuerza radica en ser transparentes, aunque a veces sea difícil o incómodo, porque es solo entonces cuando las relaciones se fundamentan en la confianza real, y el karma de la honestidad, aunque en el corto plazo pueda ser desafiante, nos trae más paz y estabilidad a largo plazo.

“la relaciones son como un objeto resbaloso, entre mas las queremos sostener y apretar, mas se nos escapa”

Es fascinante cómo el karma, en este sentido, actúa como un recordatorio de que lo que damos al mundo, ya sea mentira o verdad, se refleja de alguna manera en lo que recibimos. 

Cuando manipulamos

El concepto de karma, en este caso, parece estar relacionado con la idea de que todo tiene un flujo natural, un proceso que no se puede detener o manipular indefinidamente. Cuando intentamos controlar las circunstancias o manipular los eventos para que sucedan según nuestros deseos, podemos retrasar temporalmente lo que está destinado a ocurrir, pero no podemos evitarlo por completo. El karma, en este sentido, actúa como una ley universal de causa y efecto, donde nuestras acciones, incluso las que intentan alterar el curso de las cosas, tienen consecuencias que se manifestarán de alguna forma.

Manipular para ganar control sobre algo puede ser una respuesta a la ansiedad o el miedo, pero a largo plazo, ese control aparente solo nos aleja más de nuestra verdadera naturaleza, que es fluir con la vida. El proceso que debe suceder —lo que está destinado a ser, de alguna manera— tiene su propio ritmo y no se puede forzar sin que haya repercusiones. El karma nos recuerda que el equilibrio se restablecerá, ya sea a través de nuestras propias acciones o por la naturaleza misma del universo.

Intentar manipular puede ser como poner un parche temporal, pero tarde o temprano, la verdad y las consecuencias se revelan. Es un recordatorio de que todo sucede por una razón, y a veces lo mejor es permitir que las cosas sigan su curso natural.

Es interesante pensar que cuanto más tratamos de controlar algo que está fuera de nuestro alcance, más aprendemos sobre nuestra propia resistencia y nuestros miedos. Al soltar ese control, permitimos que el karma siga su curso y, en última instancia, podemos encontrar paz en saber que no siempre necesitamos tener el control absoluto para que las cosas se resuelvan como deben.


Cuando lastimamos


El karma, en este caso, refleja el ciclo de causa y efecto que se genera cuando lastimamos a otros, ya sea física, emocional o psicológicamente. Cuando infligimos daño, no solo dejamos una herida en la otra persona, sino que también sembramos una semilla de resentimiento o dolor que puede germinar de muchas formas, incluida la búsqueda de venganza. La venganza, aunque es una respuesta emocional comprensible, rara vez cura la herida original; solo perpetúa el ciclo de sufrimiento y más daño.

El karma nos enseña que todo lo que hacemos tiene consecuencias. Si lastimamos a alguien, ya sea de manera intencional o no, esa acción desencadena una reacción, ya sea en la forma de una respuesta de la otra persona o un ajuste del universo para restaurar el equilibrio. Las personas heridas pueden buscar venganza porque, a través del dolor, sienten que necesitan restablecer el poder o la justicia. Sin embargo, al hacerlo, perpetúan el ciclo de daño, creando más sufrimiento tanto para la víctima como para el agresor.

"Quien intentó apagar tu luz, solo conocía la oscuridad."

Es importante entender que la venganza no trae la paz que creemos que traerá. El karma, en su sabiduría, nos muestra que el daño solo genera más daño. La verdadera forma de romper este ciclo es a través del perdón y la autocomprensión, no solo para los demás, sino también para nosotros mismos. La verdadera sanación llega cuando nos alejamos de la necesidad de venganza y aceptamos la responsabilidad de nuestras acciones, buscando restaurar el equilibrio de una manera consciente y pacífica.

Este proceso, aunque desafiante, nos lleva a un lugar de reflexión, donde podemos aprender a actuar con más compasión y empatía, evitando causar daño innecesario y entendiendo que nuestras acciones, positivas o negativas, siempre tienen repercusiones.


Si no tenemos amor propio


El karma, en este contexto, se convierte en una herramienta del universo para enseñarnos lecciones que, de otro modo, no aprenderíamos. El amor propio es la base de nuestra relación con nosotros mismos y, por ende, con el mundo. Si no tenemos un respeto genuino por nosotros mismos, el universo tiende a ponernos frente a situaciones que reflejan esa carencia, con la esperanza de que, al enfrentarlas, podamos reconocer lo que necesitamos sanar.

Cuando no nos valoramos, creamos condiciones en nuestra vida que nos permiten, en cierto modo, seguir repitiendo patrones de sufrimiento o de aceptación de situaciones que no nos benefician. Estas pruebas pueden tomar muchas formas: relaciones tóxicas, situaciones laborales que nos desgastan, o incluso la falta de límites saludables. El universo no es punitivo, sino que se presenta como una especie de espejo, reflejando las heridas que aún tenemos sin sanar. En lugar de ser castigos, son oportunidades disfrazadas para que aprendamos a amarnos, a poner límites, a reconocer nuestro propio valor.

Es cierto que, al no tener amor propio, podemos atraer experiencias que reafirman esa creencia de que no merecemos lo mejor, o que no somos suficientemente valiosos. Estas pruebas continúan hasta que realmente tomamos conciencia de nuestra valía y empezamos a cambiar la manera en que nos tratamos a nosotros mismos. Solo cuando rompemos esos patrones de autocrítica y falta de autoaceptación podemos empezar a generar nuevas condiciones en nuestras vidas que estén alineadas con el respeto y amor que merecemos.

El karma, entonces, nos obliga a enfrentarnos a nosotros mismos, a mirar nuestras creencias más profundas sobre el amor propio, y a darnos cuenta de que solo a través de un cambio interno podemos transformar nuestras circunstancias externas. Es un proceso de aprendizaje, que muchas veces puede ser doloroso, pero esencial para nuestra evolución.


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